By Cristina Pérez-Cordón
Si no ha visto este vídeo, se lo recomiendo. En marzo de 2017, el profesor Robert E. Kelly estaba dando una entrevista para la BBC a través de Skype cuando, de pronto, su hija primero y su hijo después, irrumpieron divertidos en escena. Finalmente, una mujer asiática se los llevó con evidente apuro. Muchas de las personas que vieron este divertido vídeo, dieron por sentado que esta mujer era la niñera, cuando en realidad se trataba de la esposa del presentador. Pero, ¿por qué? ¿Significa esto que, en el fondo, todos tenemos estereotipos y que estos son inevitables? ¿Existen, quizás, estereotipos positivos? ¿Puede un estereotipo positivo ser injusto y, además, dañino? Y lo más importante: ¿pueden ser los estereotipos una cuestión de derechos humanos? Veámoslo.
“Tener un estereotipo” vs. “Estereotipar”
Tener estereotipos alojados en nuestra mente es prácticamente inevitable. Según el escritor y periodista norteamericano Walter Lippman (1889-1974), los estereotipos desempeñan una importante función social, ya que nos ayudan a simplificar un entorno demasiado grande, complejo y fugaz para el conocimiento directo. En otras palabras, no estamos mentalmente equipados para manejar tanta variedad, por ello, utilizamos un modelo simplificado en el que las personas y las cosas tienen sus lugares conocidos y hacen ciertas cosas esperables.
Podemos definir un estereotipo como una creencia o idea generalizada y preconcebida sobre un grupo de personas que pensamos que es cierta para todos y cada uno de los miembros de dicho grupo, ofreciendo una visión simplista de las personas. Aunque existen estereotipos aparentemente positivos (por ejemplo, pensar que todos los alemanes son puntuales o que todos los asiáticos son buenos estudiantes), lo cierto es que generalmente son de carácter negativo.
Como decía al principio, todos tenemos estereotipos. Esto, en sí mismo, no acarrea necesariamente un problema. El daño viene cuando pasamos de conocer o tener un estereotipo en mente a aplicarlo, es decir, cuando estereotipamos a alguien. Por ejemplo, en los Estados Unidos existe el estereotipo de que los latinos son inmigrantes. Yo lo conozco, sé que esa idea está presente, incluso puede ser que todos los latinos que conozca sean efectivamente inmigrantes. Aún así, solamente estaré estereotipando si cada vez que me cruzo con una persona latina doy por hecho que es inmigrante. Otro estereotipo es aquel que presenta a las personas con sobrepeso como torpes, perezosas o no aptas para el deporte. Si usted tiene la tentación de estereotipar a una persona con sobrepeso, le invito a que conozca a Jessamyn Stanley. No le dejará indiferente.
El hecho de estereotipar a las personas lleva fácilmente a tener prejuicios, es decir, sentimientos o actitudes no racionales hacia una persona o un colectivo de personas. Esto puede tener graves consecuencias, ya que los prejuicios, lamentablemente, nos conducen a la discriminación, el aislamiento, la estigmatización o el acoso, por mencionar algunas.
¿Son todos los estereotipos dañinos?
Debemos ser conscientes de que todos los estereotipos, negativos o positivos, son potencialmente dañinos. Por ello, cuando un estereotipo produce algún tipo de perjuicio, es preferible hablar de “estereotipos dañinos” en vez de de “estereotipos negativos”. Por ejemplo, existe la visión estereotipada de que “las mujeres son muy familiares y cuidan de los demás”. Al margen de que pueda o no tener un poso de verdad, o de que estemos o no de acuerdo con esto, debemos evitar estereotipar, o lo que es lo mismo, pensar que, por defecto, absolutamente todas las mujeres reúnen estas características, además de las connotaciones que inevitablemente se adhieren a ellas: casera, hogareña, cariñosa… La situación se vuelve aún más complicada si además utilizamos este estereotipo para “definir por oposición”, es decir, si afirmamos que entre el hombre y la mujer, ella es la más familiar y, por tanto, la que debe cuidar de los demás.
Cuando por sistema estereotipamos a las personas bajo estos parámetros, abrimos la puerta a prejuicios que, inevitablemente, llevan a situaciones como la discriminación de la mujer en determinados ambientes laborales por ser considerada “débil”. Del mismo modo, este estereotipo conduce a una discriminación del hombre en otros contextos como por ejemplo el de las bajas o licencias por paternidad por no ser percibido como el verdadero “cuidador de la familia”.
Así, según el informe Operational effect and women peacekeepers: Addressing the gender imbalance publicado en marzo de 2018, apenas el 10% del personal en misiones de paz de las Naciones Unidas son mujeres. Y esto, a pesar de que como afirma ONU Mujeres en su publicación Facts and figures: Peace and security, cuando se incluye a las mujeres en los procesos de paz, hay un aumento del 20% en la probabilidad de un acuerdo que dure al menos 2 años, y un 35% de aumento en la probabilidad de que llegue a un acuerdo que dure al menos 15 años[1]. La presencia de hombres y mujeres en las misiones de paz es necesaria, ya que ambos experimentan los conflictos de manera diferente y, por lo tanto, ofrecen perspectivas de ayuda distintas. Reconocer e integrar estas diferencias en todos los aspectos de las operaciones de paz es esencial para lograr la máxima efectividad.Esto aporta, además, un modelo social y laboral que, lejos de competir, se presenta como inclusivo y complementario y que sirve de ejemplo e inspiración para el país que los aloja, tal y como se explica en este vídeo, realizado por la ONU en el Centro de Entrenamiento Conjunto para Operaciones de Paz de la República Argentina.
De igual modo, UNICEF plantea desde hace tiempo la necesidad de ampliar las licencias por paternidad y familiares, ya que está demostrado que los padres que hacen uso de la licencia interactúan mucho más tanto con sus hijos como con sus hijas a lo largo de su vida, con todos los efectos positivos que ello conlleva, especialmente en sus primeros momentos de vida[2]: mayor la igualdad de género en el hogar y en el trabajo, cambios en las relaciones y en la percepción de los roles de los progenitores, así como en los estereotipos predominantes. En este sentido, campañas como “Súper Papá”, lanzada por UNICEF en 2017, son esenciales para que los gobiernos tomen conciencia de la importancia de ofrecer esta oportunidad a los padres, así como para que los padres comprendan que es esencial hacer uso de dichas licencias.
Imagen de http://www.crecer.org.uy/
Una cuestión de Derechos Humanos
Si tenemos en cuenta que la Declaración Universal de Derechos Humanos(París, 1948) reafirma su fe en “la igualdad de derechos de hombres y mujeres”, podemos afirmar sin lugar a dudas que los casos anteriores son una cuestión de derechos humanos. Existen muchos más ejemplos de estereotipos que pueden entrar en conflicto con los derechos humanos y que están basados en otros elementos como la raza, la apariencia física, la edad, la nacionalidad, la orientación sexual, el nivel de estudios, etc.
La principal conclusión que debemos sacar de esta reflexión es que todos tenemos estereotipos en nuestra mente. Debemos ser conscientes de que siempre ofrecen una visión simplista y generalizada de las personas y que todos los estereotipos, ya sean positivos o negativos, pueden resultar dañinos. Solamente tomando conciencia de esto podemos tener control sobre los potenciales prejuicios y perjuicios que se producen cuando estereotipamos. En muchas ocasiones, además, se genera una situación de conflicto con los derechos humanos que puede acarrear problemas a todos los niveles: académico, laboral, social, familiar… Por todo ello, podemos afirmar sin miedo que sí, los estereotipos son una cuestión de derechos humanos.
Tags: #estereotipos #derechoshumanos #genero
Cristina Pérez-Cordón trabaja en el Programa de Lenguas y Comunicación de la sede de las Naciones Unidas en Nueva York y es fellow memberdel Institute for International Communication . Es doctora en Lingüística y especialista en la enseñanza de español como lengua extranjera. Su principales áreas de interés incluyen los estudios de comunicación intercultural y la enseñanza de segundas lenguas.
Referencias
[1]Cifras basadas en Laurel Stone (2015). Study of 156 peace agreements, controlling for other variables, Quantitative Analysis of Women’s participation in Peace Processesen Reimagining Peacemaking: Women’s Roles in Peace Processes, Anexo II
[2]Tal y como se explica en la campaña, “en los primeros 1.000 días, el cerebro de los bebés forma nuevas conexiones a un ritmo asombroso: hasta 1.000 conexiones por segundo, un ritmo que no se repite de nuevo. Con cada abrazo y cada beso, con cada alimento nutritivo y con cada juego, ayudas a desarrollar el cerebro de tu bebé. La primera infancia importa y cada momento cuenta. Por eso, este Día del Padre, UNICEF hace un llamado a los gobiernos y empresas para que inviertan más en políticas que brinden a los papás, y a todas las madres, el tiempo y apoyo que necesitan para cuidar a sus bebés. Los primeros 1.000 días tienen un efecto considerable en el futuro de un niño. Tenemos una sola posibilidad de hacer bien las cosas.”
Fuentes consultadas
http://www.un.org/es/universal-declaration-human-rights/
http://www.unwomen.org/en/what-we-do/peace-and-security/facts-and-figures
http://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/documents/publication/wcms_242618.pdf
https://www.unicef.org/es/la-primera-infancia
http://www.un.org/en/peacekeeping/documents/dpko_dfs_gender_military_perspective.pdf
Leave a Reply