by Cristina Pérez-Cordón, Ph. D
Soy un desastre para recordar los cumpleaños. Mis amigos lo saben y no me lo tienen en cuenta. Hasta hace poco vivía con cierto cargo de conciencia por olvidar año tras año los cumpleaños de personas que me importan y a las que quiero, hasta que un amigo me dijo que en realidad era Facebook quien le avisaba, “como a casi todos”, añadió. No sé si me sentí aliviada o triste por este cambio de roles en el funcionamiento de nuestra memoria y en las relaciones sociales.
¿Retener o tener?
El pasado 9 de mayo asistí a un increíble debate entre Adam Gopnik, Andrew McAfee y Bernard-Henri Lévy titulado Patriotism vs. Nationalism: Ideals for a New Social Contract. En él se habló, entre otras muchas cosas, del enorme impacto de la tecnología en nuestras vidas. El señor Lévy mencionó con cierto desasosiego cómo internet había tenido un impacto negativo en nuestra memoria, entendida en este caso como la capacidad de recordar de nuestro cerebro.
Esta inquietud no es un fenómeno nuevo, al contrario, los grandes cambios en la transmisión de la información siempre han provocado una cierta sensación de vértigo. Ya en su momento Sócrates (470 – 399 a.C.) se lamentó de que con la escritura, la gente dejaría de usar su memoria y se volvería más olvidadiza. Lo mismo sucedió con la llegada de la imprenta, el humanista y editor veneciano Hieronimo Squarciafico en su obra Memory and Books (1477) temía que la abundancia de los libros impresos hiciera a las personas menos estudiosas, destruyera su memoria y debilitara su mente.
Sócrates, Squarciafico y Lévy tienen razón. Quizás la escritura, la imprenta e internet estén debilitando nuestra memoria, pero ¿es necesario que nuestro cerebro siga ejercitando la memoria como hasta ahora? Hubo una época en la que el saber no era fácilmente accesible, asequible y preservable, y obtener información requería tiempo y paciencia. Por esta razón, nuestro cerebro hacía el esfuerzo de memorizar, es decir, ponía en marcha el proceso científico de codificar, consolidar y recuperar la información en el cerebro. Hoy día, sin embargo, la información que necesitamos está a un clic de distancia: Internet se ha convertido en nuestra gran Biblioteca de Alejandría digital. En este sentido, nuestro cerebro está cambiando, ya que está dejando de practicar algo que requiere un esfuerzo y que ya no considera tan necesario: ¿para qué retener información si puedo tenerla cuando quiera?
¿Bucear o surfear?
Otro de los grandes cambios en nuestro cerebro tiene que ver con los procesos de digestión informativa, ya que no pueden ser los mismos que hace treinta años. El filósofo canadiense Marshall McLuhan (1911-1980) explicó que “surfear” ―lo definió como moverse de forma “rápida, irregular y mutidireccional” entre diversos documentos o informaciones― determina la forma en la que procesamos la información. En otras palabras, leer un libro pone en marcha actividades cerebrales diferentes a las usadas cuando leemos información navegando por internet. Antes leíamos textos largos que requerían una concentración de horas, ahora, en cambio, tenemos la posibilidad de leer de forma rápida, en diagonal, escaneando para encontrar las piezas claves de información con una concentración que se mide más en minutos que en horas. Usando una metáfora del escritor Nicholas Carr para referirse al cambio en el proceso de lectura, antes buceábamos en un mar de palabras y ahora pasamos volando por su superficie como montados en una moto acuática.
¿Significa esto que ya no leemos libros? No. Significa que hay varios modelos de lectura a nuestra disposición, y que si el más frecuente es el de “surfeo”, eso hará que perdamos práctica a la hora de hacer lecturas profundas que requieran horas de concentración.
¿Es internet malo para nuestro cerebro?
En primer lugar, internet no es bueno ni malo en sí mismo, sino que nosotros podemos usarlo de forma negativa o de forma positiva. La responsabilidad, pues, está en el usuario, no en la herramienta. En segundo lugar, menos concentración o menos memoria no equivale a menos actividad cerebral. El escritor Adam Clark Estes en su artículo Google Is Making Us Stupid and Smart at the Same Time? explica que en 2008, un grupo de científicos del Memory and Aging Center de la Universidad de California (UCLA) llevó a cabo un estudio liderado por el Dr. Small para determinar cómo el uso de internet afectaba a nuestra memoria y a los procesos cognitivos del cerebro. Para ello, hicieron resonancias magnéticas en el cerebro de personas de entre 55 y 76 años de edad mientras leían libros y mientras navegaban por internet. Las resonancias de aquellos que navegaban por internet mostraron una actividad cerebral más intensa, además de un mayor poder de toma de decisiones y de hacer razonamientos complejos. En la foto de abajo se muestran las resonancias de un cerebro sin experiencia usando internet (a la izquierda) y de otro con experiencia (a la derecha).

Conclusión
La memoria es necesaria, pero no de la misma manera que antes. Más que ver esto como algo negativo, podemos pensar que internet nos libera de la tarea ardua de tener que recordar cosas de modo que podamos usar nuestro cerebro para otro tipo de actividades igualmente provechosas. De hecho, más que una posible pérdida de memoria, me preocupa la pérdida del pensamiento crítico. Recordar información tiene valor, ciertamente, pero es más importante aún saber buscarla, seleccionarla, valorarla, contrastarla y utilizarla de forma responsable, correcta y adecuada, de modo que seamos capaces de extraer nuestra propias conclusiones y podamos hacer contribuciones únicas y significativas en nuestra sociedad.
Fuentes consultadas (además de los enlaces incluidos)
https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2008/07/is-google-making-us-stupid/306868/
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