by Cristina Pérez-Cordón, Ph. D
Albert Einstein no comenzó a hablar hasta cumplidos los cuatro años de edad y fue incapaz de comenzar a leer hasta los siete. Era tan mal estudiante que estuvo a punto de dejar la escuela y dedicarse a la venta de seguros. Sus profesores lo definían como un muchacho “mentalmente lento” y su padre siempre lo consideró un auténtico fracaso. Esto último le rompió el corazón. Hoy día se le considera un genio y uno de los pilares de la física moderna. Además de su inteligencia matemática, fue su paciencia, su perseverancia y su voluntad de hierro los elementos que lograron cambiar la injusta etiqueta que de niño le habían colocado.
El peligro de etiquetar a las personas
Einstein no fue un caso aislado. Winston Churchill, Primer Ministro británico entre 1940 y 1945, repitió curso. Al polifacético artista Salvador Dalí su padre le dijo que de seguro “moriría cubierto de piojos”. Thomas Edison, uno de los mayores inventores de todos los tiempos, fue expulsado de la escuela a los 12 años porque lo consideraban “demasiado tonto como para poder aprender nada”. Steven Spielberg dejó el instituto y, cuando regresó, lo pusieron en la clase de estudiantes “con necesidades especiales”. Walt Disney fue despedido del periódico donde trabajaba por “falta de imaginación y buenas ideas”. La lista podría continuar varias páginas.
Está claro que poner una etiqueta que determine que una persona es “lista” o “tonta” no solo es algo cruel e injusto, sino erróneo. Más allá de la cuestión moral, está la evidencia científica. Hoy día está demostrado y aceptado que las personas poseen cualidades y talentos diferentes y que, por ello, aprenden de formas distintas y en contextos variados. Volviendo al caso de Einstein, su mayor aprendizaje no se produjo en las aulas, sino cuando trabajaba revisando patentes y analizando sus fórmulas matemáticas. Ese fue el contexto, precisamente, que lo motivó y lo impulsó.
La idea de poseer diferentes habilidades enlaza con la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner (1943- ), profesor de la Universidad de Harvard. Esta teoría, publicada por primera vez en 1983, se refiere a la “inteligencia”, como un conjunto de “habilidades y aptitudes” cuyo desarrollo depende de tres factores: el factor biológico, la vida personal y el factor cultural e histórico. Hasta la fecha, Gardner y su equipo han identificado 12 tipos de inteligencias:
- Lingüístico-Verbal. Consiste en la dominación del lenguaje.
- Lógico-Matemática. Capacidad de conceptualizar las relaciones lógicas entre las acciones o los símbolos.
- Visual-Espacial. Capacidad de reconocer objetos y hacerse una idea de sus características.
- Musical. Capacidad para poder producir una pieza musical.
- Corporal-Kinestésica. Capacidad para coordinar movimientos corporales.
- Intrapersonal. Habilidad de conocerse a uno mismo, por ejemplo, sus sentimientos o pensamientos.
- Interpersonal. Es la habilidad para relacionarse y llevarse bien con otras personas.
- Naturalista. Sensibilidad que muestran algunas personas hacia el mundo natural.
- Emocional. Mezcla entre la interpersonal y la intrapersonal.
- Existencial. Meditación de la existencia. Incluye el sentido de la vida y la muerte.
- Creativa. Consiste en innovar y crear cosas nuevas.
- Colaborativa. Capacidad de elegir la mejor opción para alcanzar una meta trabajando en equipo.
Todo el mundo posee una o más de estas inteligencias, aunque no todas las personas tienen la oportunidad de desarrollarlas debido a diversos factores como las circunstancias personales desfavorables (falta de dinero, falta de acceso a una educación de calidad, situación familiar inestable, etc) o culturales (ser mujer en algunas sociedades te impide ir a la escuela, del mismo modo ser hombre en otras sociedades te impide desarrollar inteligencias erróneamente etiquetadas como “femeninas”). Por ello, es posible que alguien tenga un gran talento, incluso que sea un genio para algo, y que nunca llegue a descubrirlo.
Los falsos límites
Es cierto que las etiquetas pueden ser útiles para clasificar, ordenar, comprender. Pero cuando se usan de manera inadecuada, solo limitan y empobrecen. Así, cuando una persona dice de otra que es incapaz de aprender o de comprender algo, en realidad no está juzgando la situación de una manera apropiada, ya que solamente está viendo un lado de la naranja, por así decirlo. Esta persona debe plantearse que, quizás, su forma de explicar aquello que intenta enseñar o transmitir no es la adecuada y, por ello, la otra persona no le está comprendiendo. Al fin y al cabo, cada mente tiene una forma diferente de aprender y de recibir y asimilar información, por eso las escuelas deberían contratar profesionales capaces de poner en práctica diferentes métodos de enseñanza que sean complementarios e inclusivos con todos los tipos de inteligencias. Aunque en realidad esto es algo que cobra vida más allá de las aulas. Cada persona, joven o mayor, estudiante o no, tiene derecho a aprender y a tener la oportunidad de que se le reconozcan y se le fomenten sus habilidades. En algunos casos será más fácil y quizá en otros sea mucho más difícil, pero eso no es motivo para ignorar el hecho de que todos y todas valemos para algo.
Sí, todas las personas.
Siempre que hablo de este tema me viene a la mente el caso de Temple Grandin, una mujer dentro del espectro autista que, según ella misma explica, no piensa en palabras sino en imágenes, de ahí que conversar con los demás siempre haya sido un gran reto para ella. Sin embargo, al contrario de lo que muchos pensaron en su momento, Grandin sí es inteligente: su particular forma de ver, comprender y sentir el mundo le han permitido decodificar como nadie el lenguaje y comportamiento animal. Ha sido capaz de resolver problemas en negocios relacionados con animales en cuestión de minutos, en muchos casos salvándolos de la quiebra. Su enorme talento le ha llevado a ser dar charlas por todo el mundo y a ser coautora del libro Animals in translation, un auténtico éxito de ventas que ha logrado desmontar muchos tabúes y falsas concepciones respecto a las personas dentro del espectro autista.
El caso de Grandin no es único, hay muchos más de los que creemos. Recordemos, por ejemplo, al increíble escultor Alonzo Clemons, quien no puede leer, escribir ni hacer operaciones matemáticas pero es capaz de crear esculturas de animales que ha visto de pasada una sola vez y que han llegado a alcanzar un precio de mercado de hasta 45.000 dólares. O el caso de Leslie Lemke, quien a pesar de ser ciego, tener parálisis cerebral y estar dentro del espectro autista es un verdadero genio al piano: no puede hablar ni apenas agarrar un objeto, pero sí puede cantar y tocar de oído complicadas piezas de música que ha escuchado una sola vez. Sus conciertos son, ciertamente, espectaculares.
Imagen obtenida de https://www.alonzoclemons.com/
Conclusión
En vez de etiquetar a las personas y decidir si son “listas” o “tontas”, o de decidir si “pueden” o “no pueden”, deberíamos hacer un triple esfuerzo para ser inclusivos, saber ver las diferentes habilidades de cada cual y ayudarle a fomentarlas.
Tener éxito en los estudios u ocupar un puesto ejecutivo en una empresa no significa ser inteligente “por definición”, sino poseer una determinada inteligencia (y muy probablemente carecer de otras) y haber tenido la oportunidad de desarrollarla. Es importante comprender que hay muchos modelos de inteligencia, muchas maneras de aprender y muchas formas de alcanzar nuestras metas. No hay una sola puerta ni una sola llave, hay muchas puertas, muchos caminos para llegar a ellas y muchas formas de abrirlas.
Recuerda que el mundo necesita tanta variedad de inteligencias y formas de pensar como sea posible. Si quieres tener una orientación general sobre cuáles son tus inteligencias más desarrolladas, te invito a que hagas este test (en ingléso en español). ¡Adelante!
Fuentes consultadas
https://blogs.scientificamerican.com/observations/could-someone-with-autism-be-a-superstar-surgeon/
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